domingo, 27 de junio de 2010

Inclusión del yoga y varias técnicas de relajación en las escuelas.







Maravillosa oportunidad!!!!!!


La Vanguardia  ha promovido una encuesta para que los ciudadanos votemos si
queremos la inclusión del yoga y varias técnicas de relajación en las
escuelas, es una oportunidad de oro para hacernos oír y promover un cambio
educativo que tendría una inmensa repercusión en el desarrollo integral de
los niños y jóvenes, así que a por ello, podéis votar en este link:

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20100526/53933802541.html

domingo, 20 de junio de 2010

Tu hijo es una buena persona.





Tu hijo es una buena persona

Cuando una esposa afirma que su marido es muy bueno, probablemente es un hombre cariñoso, trabajador, paciente, amable… En cambio, si una madre exclama “mi hijo es muy bueno”, casi siempre quiere decir que se pasa el día durmiendo, o mejor que “no hace más que comer y dormir” (a un marido que se comportase así le llamaríamos holgazán). Los nuevos padres oirán docenas de veces (y pronto repetirán) el chiste fácil: “¡Qué monos son… cuando duermen!”
Y así los estantes de las librerías, las páginas de las revistas, las ondas de la radio, se llenan de “problemas de la infancia”: problemas de sueño, problemas de alimentación, problemas de conducta, problemas en la escuela, problemas con los hermanos… Se diría que cualquier cosa que haga un niño cuando está despierto ha de ser un problema.
Nadie nos dice que nuestros hijos, incluso despiertos (sobre todo despiertos), son gente maravillosa; y corremos el riesgo de olvidarlo. Aún peor, con frecuencia llamamos “problemas”, precisamente, a sus virtudes.


Tu hijo es generoso
Marta juega en la arena con su cubo verde, su pala roja y su caballito. Un niño un poco más pequeño se acerca vacilante, se sienta a su lado y, sin mediar palabra (no parece que sepa muchas) se apodera del caballito, momentáneamente desatendido. A los pocos minutos, Marta decide que en realidad el caballito es mucho más divertido que el cubo, y lo recupera de forma expeditiva. Ni corto ni perezoso, el otro niño se pone a jugar con el cubo y la pala. Marta le espía por el rabillo del ojo, y comienza a preguntarse si su decisión habrá sido la correcta. ¡El cubo parece ahora tan divertido!
Tal vez la mamá de Marta piense que su hija “no sabe compartir”. Pero recuerde que el caballito y el cubo son las más preciadas posesiones de Marta, digamos como para usted el coche. Y unos minutos son para ella una eternidad. Imagine ahora que baja usted de su coche, y un desconocido, sin mediar palabra, sube y se lo lleva. ¿Cuántos segundos tardaría usted en empezar a gritar y a llamar a la policía? Nuestros hijos, no le quepa duda, son mucho más generosos con sus cosas que nosotros con las nuestras.


Tu hijo es desinteresado
Sergio acaba de mamar; no tiene frío, no tiene calor, no tiene sed, no le duele nada… pero sigue llorando. Y ahora, ¿qué más quiere?
La quiere a usted. No la quiere por la comida, ni por el calor, ni por el agua. La quiere por sí misma, como persona. ¿Preferiría acaso que su hijo la llamase sólo cuando necesitase algo, y luego “si te he visto no me acuerdo”? ¿Preferiría que su hijo la llamase sólo por interés?
El amor de un niño hacia sus padres es gratuito, incondicional, inquebrantable. No hace falta ganarlo, ni mantenerlo, ni merecerlo. No hay amor más puro. El doctor Bowlby, un eminente psiquiatra que estudió los problemas de los delincuentes juveniles y de los niños abandonados, observó que incluso los niños maltratados siguen queriendo a sus padres.
Un amor tan grande a veces nos asusta. Tememos involucrarnos. Nadie duda en acudir de inmediato cuando su hijo dice “hambre”, “agua”, “susto”, “pupa”; pero a veces nos creemos en el derecho, incluso en la obligación, de hacer oídos sordos cuando sólo dice “mamá”. Así, muchos niños se ven obligados a pedir cosas que no necesitan: infinitos vasos de agua, abrir la puerta, cerrar la puerta, bajar la persiana, subir la persiana, encender la luz, mirar debajo de la cama para comprobar que no hay ningún monstruo… Se ven obligados porque, si se limitan a decir la pura verdad: “papá, mamá, venid, os necesito”, no vamos. ¿Quién le toma el pelo a quién?


Tu hijo es valiente
Está usted haciendo unas gestiones en el banco y entra un individuo con un pasamontañas y una pistola. “¡Silencio! ¡Al suelo! ¡Las manos en la nuca!” Y usted, sin rechistar, se tira al suelo y se pone las manos en la nuca. ¿Cree que un niño de tres años lo haría? Ninguna amenaza, ninguna violencia, pueden obligar a un niño a hacer lo que no quiere. Y mucho menos a dejar de llorar cuando está llorando. Todo lo contrario, a cada nuevo grito, a cada bofetón, el niño llorará más fuerte.
Miles de niños reciben cada año palizas y malos tratos en nuestro país. “Lloraba y lloraba, no había manera de hacerlo callar” es una explicación frecuente en estos casos. Es la consecuencia trágica e inesperada de un comportamiento normal: los niños no huyen cuando sus padres se enfadan, sino que se acercan más a ellos, les piden más brazos y más atención. Lo que hace que algunos padres se enfaden más todavía. Si que huyen los niños, en cambio, de un desconocido que les amenaza.
Los animales no se enfadan con sus hijos, ni les riñen. Todos los motivos para gritarles: sacar malas notas, no recoger la habitación, ensuciar las paredes, romper un cristal, decir mentiras… son exclusivos de nuestra especie, de nuestra civilización. Hace sólo 10.000 años había muy pocas posibilidades de reñir a los hijos. Por eso, en la naturaleza, los padres sólo gritan a sus hijos para advertirles de que hay un peligro. Y por eso la conducta instintiva e inmediata de los niños es correr hacia el padre o la madre que gritan, buscar refugio en sus brazos, con tanta mayor intensidad cuanto más enfadados están los progenitores.


Tu hijo sabe perdonar
Silvia ha tenido una rabieta impresionante. No se quería bañar. Luchaba, se revolvía, era imposible sacarle el jersey por la cabeza (¿por qué harán esos cuellos tan estrechos?). Finalmente, su madre la deja por imposible. Ya la bañaremos mañana, que mi marido vuelve antes a casa; a ver si entre los dos…
Tan pronto como desaparece la amenaza del baño, tras sorber los últimos mocos y dar unos hipidos en brazos de mamá, Silvia está como nueva. Salta, corre, ríe, parece incluso que se esfuerce por caer simpática. El cambio es tan brusco que coge por sorpresa a su madre, que todavía estará enfadada durante unas horas. “¿Será posible?” “Mírala, no le pasa nada, era todo cuento”.
No, no era cuento. Silvia estaba mucho más enfadada que su madre; pero también sabe perdonar más rápidamente. Silvia no es rencorosa. Cuando Papá llegue a casa, ¿cuál de las dos se chivará? (“Mamá se ha estado portando mal…”). El perdón de los niños es amplio, profundo, inmediato, leal.


Tu hijo sabe ceder
Jordi duerme en la habitación que sus padres le han asignado, en la cama que sus padres le han comprado, con el pijama y las sábanas que sus padres han elegido. Se levanta cuando le llaman, se pone la ropa que le indican, desayuna lo que le dan (o no desayuna), se pone el abrigo, se deja abrochar y subir la capucha porque su madre tiene frío y se va al cole que sus padres han escogido, para llegar a la hora fijada por la dirección del centro. Una vez allí, escucha cuando le hablan, habla cuando le preguntan, sale al patio cuando le indican, dibuja cuando se lo ordenan, canta cuando hay que cantar. Cuando sea la hora (es decir, cuando la maestra le diga que ya es la hora) vendrán a recogerle, para comer algo que otros han comprado y cocinado, sentado en una silla que ya estaba allí antes de que él naciera.
Por el camino, al pasar ante el quiosco, pide un “Tontanchante”, “la tontería que se engancha y es un poco repugnante”, y que todos los de su clase tienen ya. “Vamos, Jordi, que tenemos prisa. ¿No ves que eso es una birria?” “¡Yo quiero un Totanchante, yo quiero, yo quiero…!” Ya tenemos crisis.
Mamá está confusa. Lo de menos son los 20 duros que cuesta la porquería ésta. Pero ya ha dicho que no. ¿No será malo dar marcha atrás? ¿Puede permitir que Jordi se salga con la suya? ¿No dicen todos los libros, todos los expertos, que es necesario mantener la disciplina, que los niños han de aprender a tolerar las frustraciones, que tenemos que ponerles límites para que no se sientan perdidos e infelices? Claro, claro, que no se salga siempre con la suya. Si le compra ese Tontachante, señora, su hijo comenzará una carrera criminal que le llevará al reformatorio, a la droga y al suicidio.
Seamos serios, por favor. Los niños viven en un mundo hecho por los adultos a la medida de los adultos. Pasamos el día y parte de la noche tomando decisiones por ellos, moldeando sus vidas, imponiéndoles nuestros criterios. Y a casi todo obedecen sin rechistar, con una sonrisa en los labios, sin ni siquiera plantearse si existen alternativas. Somos nosotros los que nos “salimos con la nuestra” cien veces al día, son ellos los que ceden. Tan acostumbrados estamos a su sumisión que nos sorprende, y a veces nos asusta, el más mínimo gesto de independencia. Salirse de vez en cuando con la suya no sólo no les va hacer ningún daño, sino que probablemente es una experiencia imprescindible para su desarrollo.


Tu hijo es sincero
¡Cómo nos gustaría tener un hijo mentiroso! Que nunca dijera en público “¿Por qué esa señora es calva?” o ¿Por qué ese señor es negro?” Que contestase “Sí” cuando le preguntamos si quiere irse a la cama, en vez de contestar “Sí” a nuestra retórica pregunta “¿Pero tú crees que se pueden dejar todos los juguetes tirados de esta manera?”
Pero no lo tenemos. A los niños pequeños les gusta decir la verdad. Cuesta años quitarles ese “feo vicio”. Y, entre tanto, en este mundo de engaño y disimulo, es fácil confundir su sinceridad con desafío o tozudez.


Tu hijo es un buen hermano
Imagínese que su esposa llega un día a casa con un guapo mozo, más joven que usted, y le dice: “Mira, Manolo, este es Luis, mi segundo marido. A partir de ahora viviremos los tres juntos, y seremos muy felices. Espero que sabrás compartir con él tu ordenador y tu máquina de afeitar. Como en la cama de matrimonio no cabemos los tres, tú, que eres el mayor, tendrás ahora una habitación para ti sólito. Pero te seguiré queriendo igual”. ¿No le parece que estaría “un poquito” celoso? Pues un niño depende de sus padres mucho más que un marido de su esposa, y por tanto la llegada de un competidor representa una amenaza mucho más grande. Amenaza que, aunque a veces abrazan tan fuerte a su hermanito que le dejan sin aire, hay que admitir que los niños se toman con notable ecuanimidad.


Tu hijo no tiene prejuicios
Observe a su hijo en el parque. ¿Alguna vez se ha negado a jugar con otro niño porque es negro, o chino, o gitano, o porque su ropa no es de marca o tiene un cochecito viejo y gastado? ¿Alguna vez le oyó decir “vienen en pateras y nos quitan los columpios a los españoles”? Tardaremos aún muchos años en enseñarles esas y otras lindezas.


Tu hijo es comprensivo
Conozco a una familia con varios hijos. El mayor sufre un retraso mental grave. No habla, no se mueve de su silla. Durante años, tuvo la desagradable costumbre de agarrar del pelo a todo aquél, niño o adulto, que se pusiera a su alcance, y estirar con fuerza. Era conmovedor ver a sus hermanitos, con apenas dos o tres años, quedar atrapados por el pelo, y sin gritar siquiera, con apenas un leve quejido, esperar pacientemente a que un adulto viniera a liberarlos. Una paciencia que no mostraban, ciertamente, con otros niños. Eran claramente capaces de entender que su hermano no era responsable de sus actos.
Si se fija, observará estas y muchas otras cualidades en sus hijos. Esfuércese en descubrirlas, anótelas si es preciso, coméntelas con otros familiares, recuérdeselas a su hijo dentro de unos años (“De pequeño eras tan madrugador, siempre te despertabas antes de las seis…”) La educación no consiste en corregir vicios, sino en desarrollar virtudes. En potenciarlas con nuestro reconocimiento y con nuestro ejemplo.


La semilla del bien
Observando el comportamiento de niños de uno a tres años en una guardería, unos psicólogos pudieron comprobar que, cuando uno lloraba, los otros espontáneamente acudían a consolarle. Pero aquellos niños que habían sufrido palizas y malos tratos hacían todo lo contrario: reñían y golpeaban al que lloraba. A tan temprana edad, los niños maltratados se peleaban el doble que los otros, y agredían a otros niños sin motivo ni provocación aparente, una violencia gratuita que nunca se observaba en niños criados con cariño.
Oirá decir que la delincuencia juvenil o la violencia en las escuelas nacen de la “falta de disciplina”, que se hubieran evitado con “una bofetada a tiempo”. Eso son tonterías. El problema no es falta de disciplina, sino de cariño y atención, y no hay ningún tiempo “adecuado” para una bofetada. Ofrézcale a su hijo un abrazo a tiempo. Miles de ellos. Es lo que de verdad necesita .


Dr. Carlos González, Pediatra
Extraído de Bésame mucho


sábado, 19 de junio de 2010

Primera Infancia: El niño de 1 a 5 años.







Rasgos evolutivos generales de la etapa

El niño pasa, en estos años, por dos etapas, la de la expansión de su subjetividad y la de la exploración de la realidad externa, que coinciden, en general, con la edad del jardín de infancia y los años preescolares. Del egocentrismo propio del primer año el niño evoluciona para ir integrándose poco a poco en el mundo que le rodea.
En este desarrollo, la maduración psicomotriz es decisiva. Cuando el niño cumple el año, empieza a andar: el "gateador" de la última parte del primer año se convierte en "correteador"; desde esa nueva posición, el niño observa el mundo con una nueva perspectiva, amplía su horizonte y puede acercarse y manipular lo que le rodea a su antojo.
La inteligencia del niño se transforma, pudiendo representarse las cosas sin estar éstas presentes y utilizar el lenguaje para ordenar tanto su mundo interno (primeras expresiones de sus emociones) como el externo (comienza a nombrar las cosas).
Afectivamente el desarrollo en esta época es muy grande pues el niño aprende a controlar impulsos y deseos en una especie de "negociación" en la que él se adapta a las normas familiares a cambio de amor y valoración.
Una vez que han quedado definidos y más o menos aceptados los límites que desde la familia (y la sociedad) se le imponen, el niño entra en la edad de la latencia, alrededor de los cinco años, a partir de la cual se produce un fuerte desarrollo intelectual y un acercamiento progresivo alos demás niños, avances que se ven favorecidos si el aprendizaje del control de los impulsos ha sido resuelto sin demasiado conflicto emocional.


Psicomotricidad

La motricidad y el psiquismo van unidos sobre todo en estos primeros años aunque en los próximos, incluso las mismas tareas escolares se pueden considerar ejercicios de psicomotricidad.
Alrededor del año de edad el niño comienza a andar, de un modo vacilante, balanceándose, separando los pies e inclinando el cuerpo hacia delante para mantener el equilibrio, y poco a poco va reorganizando y consiguiendo el control de la musculatura desde la gruesa a la más fina.
Importancia especial tiene la constitución de la imagen corporal que es la representación mental que el niño se hace de sí mismo. Esta imagen corporal no coincide con el esquema corporal en la medida en que en la imagen interviene otros factores, fundamentalmente afectivos, que la hacen subjetiva: es una imagen que no coincide con la corporalidad objetiva sino que está determinada por la valoración e importancia que él y los que le rodean dan a cada parte de su cuerpo: esta imagen influirá, en el futuro, en el concepto de sí mismo, y en la autoestima.


Según Gesell el niño,

A los dos años:
ü  puede bajar y subir escaleras sin ayuda pero usando los dos pies en cada escalón
ü  es capaz de acercarse a una pelota y darle un puntapié
ü  le gustan los juegos bruscos y los revolcones
ü  puede dar la vuelta a las hojas de un libro de una en una
ü  construye torres de seis cubos y ensarta cuentas con una aguja
ü  si es necesario puede permanecer sentado algunos ratos

A los tres años:
ü  construye torres de nueve o diez cubos
ü  puede modular su forma de correr y hacer variaciones de velocidad
ü  sube las escaleras sin ayuda alternando los pies
ü  puede pedalear en un triciclo
A los cuatro años:
ü  sabe brincar a la "pata coja"
ü  mantiene el equilibrio en un solo pie durante varios segundos
ü  al lanzar una pelota, echa el brazo hacia atrás y la tira con fuerza
ü  puede abotonarse la ropa y hacerse la lazada en los zapatos

A los cinco años:
ü  brinca con soltura y salta
ü  llega a conservar el equilibrio sobre las puntas de los pies varios segundos
ü  está capacitado para realizar ejercicios físicos y danza
ü  usa el cepillo de dientes y el peine
ü  puede dibujar la figura de una persona


Inteligencia, imitación y juego: la evolución de la conducta adaptativa

En el primer año de vida la adaptación al medio se realizaba por medio de la inteligencia senso-motriz: a los estímulos del entorno se correspondía una respuesta motora lo más adecuada posible. A partir del segundo año la inteligencia se convierte en representativa al interiorizarse los aprendizajes en forma de imágenes mentales de una complejidad simbólica creciente.
La inteligencia representativa es de tipo intuitivo desde los cuatro a los siete años. De este carácter intuitivo da idea el siguiente experimento: se le presentan al niño dos vasos iguales que él llena con la misma cantidad de bolitas; si después se echa el contenido de uno de ellos en un vaso más alto y delgado dirá que hay más bolitas dado que la altura de las mismas en dicho vaso es mayor.
Otro ejemplo que muestra la representación subjetiva del mundo es el siguiente: el niño ante un reloj de arena cree que ésta cae más rápido cuanto más rápido realiza él la actividad que le encomendamos.
Este tipo de inteligencia, en la que ya aparecen las imágenes mentales pero de estilo aún intuitivo o subjetivo nos muestra al niño con una idea animista o mágica del universo, con su acción o pensamiento el niño cree influir en la realidad externa, confunde la causalidad física con la motivación psicológica: por ejemplo, el sol sale porque el se despierta y necesita que sea de día
La inteligencia es un proceso de adaptación al medio, de complejidad creciente, en el que interaccionan asimilación y acomodación: la imitación es un ejemplo del proceso de acomodación, siendo el juego representante de la asimilación.
La imitación y el juego son dos actividades del niño en las que confluyen aspectos intelectuales y emocionales y que muestran ese carácter subjetivo que tiene la inteligencia del niño en esta etapa así como la utilización de imágenes mentales.
El niño comienza a representar una acción o un objeto sin tenerlo físicamente presente y se produce una interiorización de los gestos y acciones que ha aprendido en la etapa anterior. El juego y la imitación se unen en este aprendizaje: así el niño que ha visto un coche en movimiento puede imitar con su mano dicho movimiento en su juego sin que el vehículo esté presente.
La imitación en esta etapa de la inteligencia representativa es simbólica: el niño interioriza un objeto real en forma de imagen, que no es fotográfica sino que está cargada de significación y de subjetividad; toma del objeto que imita aquello que le impresiona y tiene para él un valor simbólico; por ejemplo, el lobo feroz de los cuentos es, sobre todo, una gran boca.
También la imitación es una forma de identificación con el comportamiento de personas significativas para él, es una forma de querer ser como esa persona. Es una edad en la que se suele imitar el comportamiento del padre o de la madre según el sexo del niño.
Por otra parte, el juego es, en esta etapa, esencialmente asimilación simbólica, aunque también es imitación pues todavía no es capaz de la suficiente imaginación o inventiva: así el niño juega a ser un perro imitando alguna característica del mismo que le impresiona.
Además del aspecto puramente intelectual del juego hay que considerar el componente de elaboración de situaciones emocionales que hay en los juegos de los niños a esta edad, juegos no reglados en donde, además de aprender pautas y conductas socializadoras, el niño "digiere" una realidad que le afecta y a veces le angustia.


Lenguaje y socialización

El lenguaje es indisociable del medio familiar del niño. En los primeros meses de vida, la entonación de las palabras de la madre les daba significado; ahora una palabra es toda una acción: "guau" tal vez significa "ese perro que me asusta con sus ladridos", es decir, el niño emplea la palabra-frase con la que se expresa no un objeto concreto sino una situación determinada.
Más tarde, alrededor de los tres años, el niño comienza una época de interrogaciones continuas, haciendo preguntas de las que conoce la respuesta; más adelante, a los cuatro años insistirá en los "por qué" y los "cómo", y más que la explicación le interesa ver si la respuesta se ajusta a sus propios sentimientos; no hay que olvidar que es una edad egocéntrica en la que el niño se acerca a los objetos en función de la adecuación de éstos a sus deseos y necesidades.
Pero el lenguaje es tanto expresión de las tendencias individuales como de las influencias exteriores. La conversación que se inicia de modo rudimentario entre madre e hijo tiene también una dimensión social. El niño que oye el "no, no", aprende a posponer la satisfacción inmediata de un impulso a cambio del beneficio del cariño y la aprobación de su madre. Por medio del lenguaje se le transmiten las pautas propias de la cultura en que ese núcleo familiar está inmerso.
El niño desarrolla su personalidad primero en la familia y luego en la sociedad. Los primeros años son de primacía familiar en su vida, pero luego, con su incorporación a la escuela, aparece la necesidad de aprender a convivir con los otros niños.
Su primera experiencia escolar es casi una continuación de su mundo familiar: la maestra es una madre y los compañeros ocupan el lugar de los hermanos; los conflictos que surgen en la escuela son semejantes a los que vive en su casa; por eso, la adaptación a ese nuevo medio estará influida, en gran medida, por el tipo de vivencias que tenga con sus padres y hermanos.
Una forma de elaborar y resolver los conflictos que aparecen tanto en la escuela como en su propio hogar son, además del juego, los cuentos a los que los niños, en estas edades, son tan aficionados: el niño se embelesa oyendo hablar de la gran boca del lobo feroz y abre su boca a la vez que lo hace el lobo; los cuentos le ayudan a elaborar los miedos tan comunes de estos años.

Algunas de las adquisiciones que hace el niño tanto de su personalidad social como del lenguaje, según lo explica Gesell, son:

A los dos años:
Ø   utiliza los nombres de cosas, personas, y la palabra-acción
Ø  se llama a sí mismo por su nombre en vez de usar el "yo"
Ø  la jerga ha desaparecido pero sigue canturreando al decir su o sus palabras
Ø  le gusta escuchar y le gusta revivir sus acciones en cuentos en los que él es el protagonista
Ø  usa la palabra mío "manifestando un interés inconfundible por la propiedad de cosas y personas"
Ø  cuando juega con otros niños no se relaciona con ellos más que físicamente
Ø  desconfía de los extraños y no es fácil de persuadir
Ø  se ríe con ganas y muestra signos de simpatía o de vergüenza

A los tres años:
Ø  comienza a decir frases
Ø  disfruta con el preguntar por preguntar
Ø  le gusta el soliloquio y el juego dramático en el que practica palabras, frases y sintaxis.
Ø  "con el niño de tres años se puede tratar"; es capaz de negociaciones en las que cede para conseguir algo
Ø  tiene gran deseo de agradar y pregunta si ha hecho bien lo encomendado
Ø  la llegada de un hermano le puede provocar celos, angustia e inseguridad
Ø  habla consigo mismo o como si se dirigiera a un otro imaginado.
Ø  empieza a compartir sus juguetes
Ø  se puede quitar los botones de delante y de los lados
Ø  no sólo se baja los pantalones sino que puede quitárselos
Ø  duerme ya toda la noche sin mojarse e incluso suele hacer sus necesidades sin ayuda 

A los cuatro años:
Ø  hace preguntas casi sin parar
Ø  le gusta hacer juegos de palabras, "se divierte con los más absurdos desatinos, para atraer la atención del auditorio"
Ø  "su lenguaje es meridiano, no le gusta repetir las cosas"
Ø  llega a sostener largas conversaciones, mezcla de ficción y realidad, "tiene mucho de charlatán y algo de irritante"
Ø  es hablador y utiliza con entusiasmo el pronombre personal
Ø  puede vestirse y desvestirse casi sin ayuda
Ø  se hace el lazo de los zapatos, se peina sólo y se cepilla los dientes
Ø  va al baño sólo, preferentemente si hay otros, movido por "una nueva curiosidad que empieza a surgir"
Ø  empieza a formar grupos para jugar de dos o tres niños.
Ø  comparte sus cosas pero a veces tiene arrebatos caprichosos con la intención de provocar reacciones en los demás: "puede ser un verdadero sargento para dar órdenes a los demás"
Ø  tiene cierta conciencia de las actitudes y opiniones de los demás: es excelente para encontrar pretextos y justificar su comportamiento

A los cinco años:
Ø  parece un adulto en su forma de hablar, sus respuestas son ajustadas a las preguntas que se le hacen
Ø  sus preguntas buscan una respuesta y tiene verdadero deseo de saber
Ø  en su deseo de entender el mundo es muy práctico y le gustan los detalles concretos "sin irse por las ramas ni la fantasía"
Ø  distingue sus mano derecha e izquierda pero no las de los demás
Ø  es obediente y puede confiarse en él
Ø  le gusta colaborar en algunas tareas de la casa
Ø  se muestra protector, a veces, con los más pequeños
Ø  sabe decir su nombre y dirección
Ø  juega en pequeños grupos de dos a cinco niños
Ø  prefiere el juego con otros y muestra cierta comprensión de situaciones sociales
Ø  "la seguridad en sí mismo, la confianza en los demás y la conformidad social son los rasgos personal-sociales cardinales a los cinco años"


Mundo emocional

Durante el primer año de vida el bebé realizó un importante proceso con repercusiones tanto para su vida interna como para sus posibilidades de relación con los demás: primero aprendió a ver a su madre como alguien separado de él; además tuvo que admitir que era la misma madre la que satisfacía sus necesidades como la que las frustraba; y, por tanto, que sus sentimientos de amor y rabia iban dirigidos a la misma persona.
Con todo esto, en el bebé se va organizando un incipiente sentido de sí mismo, un "yo"primitivo y una básica concepción de un mundo material separado de él, lo "no-yo".La integración de ese primitivo yo y la separación de la madre como una sola persona, le hacen reconocer que siente enojo hacia la misma madre a la que ama y necesita, pero también le permite sentir agradecimiento por el amor que recibe a pesar de sus momentos de rabia.
La dificultad para recordar nosotros mismos estas etapas nos hace ver a los niños ajenos a toda esa problemática que, efectivamente, se olvida si se ha resuelto suficientemente bien, pero no siempre transcurre todo felizmente y los problemas se presentan con síntomas de gravedad variable.
El primer año es el de la etapa oral porque la problemática afectiva gira en torno a la alimentación: el destete, el cambio a los alimentos sólidos..., son experiencias del niño con la madre que dan lugar a las vivencias que hemos comentado.
En el segundo año los intereses emocionales del niño giran en torno a la adquisición del control de esfínteres: desprenderse de algo de su cuerpo que el valora, por agradar a su madre, va a poner en juego todo el amor que le tiene. El niño quiere ser "bueno" aprendiendo a controlarse según las pautas que le impone su madre: es la etapa anal.
Al final del segundo año, el niño suele haber controlado sus esfínteres: en general se controla primero la defecación y luego el orinar de modo que al final del segundo año se ha adaptado a la limpieza.
En el curso del tercer año aumenta la curiosidad por los genitales, se interesa por ellos, por las diferencias entre hombre y mujer, por el nacimiento de los niños, por las relaciones sexuales... Es la época del complejo de Edipo, que de un modo muy resumido es el deseo de exclusividad en el afecto de la madre en el caso del niño, y del padre, en el caso de la niña.
Todas las fases que el niño va viviendo no se superan totalmente y, en la pubertad reaparecen problemas relacionados con los conflictos vividos en las etapas oral, anal y genital.
Las mayores dificultades en este período suelen estar marcadas por la inevitable aceptación del tercero, del otro, aceptación que cuesta mucho porque choca con la omnipotencia propia de los primeros años: en el proceso de socialización, que comienza en la familia, se va instaurando el "principio de realidad", es decir, admitir la existencia de los demás con sus propios deseos y necesidades que no siempre coinciden con los del niño, frustrándolo en su intento de imponerse.
La autoestima del niño ha de salir bien librada de esta lucha entre el deseo de autoafirmarse a toda costa y el de admitir también la afirmación de los demás: es un equilibrio difícil y no siempre bien logrado lo que conlleva toda una serie de dificultades en las relaciones, desde timidez a agresividad, y que se manifiestan en el hogar y más tarde en la escuela.
El niño vive todas estas situaciones primeramente en la relación con los padres y después con los hermanos. Los hermanos son niños igual que él, que le disputan el cariño y la predilección de los padres. El deseo que aparece es el de "eliminarlos", deseo cargado de una agresividad más o menos inconsciente y de otros sentimientos como son el miedo y la culpabilidad.
El nacimiento de un nuevo hermanito suele provocar el rechazo del niño que se manifiesta de diversas maneras: en forma de agresión directa o en comportamientos que el niño ya había superado, como es volver a mojar la cama..., y en ocasiones mostrando un exagerado interés por el bienestar del hermanito, interés que llega a confundir a los padres.
Todos estos conflictos, que surgen en la edad en la que el niño aprende las primeras conductas que lo convertirán en un ser sociable, quedan amortiguados y, aparentemente olvidados, en la etapa de latencia, que comienza alrededor de los cinco años y que se alarga hasta la pubertad.
En la pubertad tienen lugar intensos cambios hormonales que harán aflorar nuevamente los problemas que quedaron silenciados en la niñez, que no podrán seguir ya reprimidos, sino que van a ser potenciados por dicha revolución hormonal.
La norma moral y el ideal del yo se empiezan a formar en los primeros años de la vida, modelando el comportamiento del niño según las pautas y normas socialmente admitidas y valoradas y siguen funcionando en la siguiente etapa, de latencia, época de grandes adquisiciones, fundamentalmente intelectuales.

Ministerio de Educación.




sábado, 12 de junio de 2010

A la piscina con el bebé.






A la piscina con el bebé.
Cómo elegirla, cuándo llevarle
La piscina donde tu bebé vaya a aprender a nadar debe cumplir una serie de requisitos. Veamos los más importantes.

Cuándo empezar.
Podrás comenzar las clases en la piscina con tu bebé casi desde que nace, aunque también es cierto que lo habitual es que las escuelas de natación ofrezcan los cursos para bebés desde los 6 meses de edad. A partir de entonces y acompañado de alguno de los padres, los niños pueden realizar matronatación hasta el año o año y medio y, a continuación, iniciar la natación con un monitor especializado. Y en esta primera etapa, tenlo claro, no aprenderá a nadar. Eso no ocurrirá hasta que cumpla los 4-5 años, que tendrá la madurez y el desarrollo suficiente como para empezar a practicar los distintos estilos. El propósito es que se diviertan, que adquieran autonomía en el agua y realicen movimientos básicos como mover brazos y piernas, salpicar. Y aunque estos meses del año son en los que más afluencia de “pequeño público” registran las piscinas –los papás llevan al niño a las clases por la cercanía del verano–, lo cierto es que cualquier época es buena.
Cómo ha de ser la piscina
• La temperatura del agua debe oscilar entre 31 y 32 grados.
• El nivel de cloración tiene que ser bajo para que no dañe ni su piel ni sus ojos, entre 0,5 a 0,6 por ciento.
• Tanto la zona de la piscina como la de los vestuarios debe estar climatizada y cumplir con las medidas de higiene.
• Lo ideal es que haya un máximo 8 bebés por clase en una clase de matronatación. Si hay más niños, debería haber 2 monitores para garantizar su seguridad.
• La duración de las clases para bebés suele ser de 15-20 minutos, y más adelante, a partir de los 3 años, se puede alargar a 30-40 minutos.
• Una profundidad en torno a 1,40-1,50 m será la ideal para esa primera etapa. Las poco profundas, dedicadas a los bebés, favorecen el aprendizaje y el juego. Las piscinas profundas de 1,70m facilitan el buceo, los saltos…, pero requieren más vigilancia. Las mixtas son ideales para niños de entre 3 y 5 años, ya que les aporta seguridad.
Con qué objetivo
• De 2 años en adelante: puedes apuntarle a la piscina con un fin utilitario (aprendizaje intensivo).
• A partir de los 5-6 años: se pueden plantear clases para que el niño se prepare para la competición.
• Si buscas un fin recreativo, ten en cuenta que éste no tiene edad.
Con qué frecuencia
Según el objetivo, ésta será la frecuencia con la que tu hijo tendrá que acudir a la piscina:
• 1-3 sesiones por semana: utilitario, educativo, higiénico y recreativo.
• 3-5 sesiones por semana: recreativo o competitivo.
Asesoramiento: Javier Díez, monitor de natación del Colegio de Natación Delfín, de Madrid.
Raquel Burgos

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