viernes, 14 de enero de 2011

El Secreto de la Navidad.



El la anterior entrada del blog os compartí un cuento de Navidad. Me vino a la mente hablando con mi amiga Maite del tema de los Reyes Magos, de cómo explicarle a los niños "ese Misterio".

Recordé que el año anterior, la profesora de mi hijo nos entregó un par de folios con un cuento para leérselo esas vacaciones de navidad.
Yo opté por no hacerlo ya que mi hijo tenía 4 años y pensé que no era el momento adecuado por estar muy ilusionado con la llegada de los Reyes Magos.
El próximo año seguramente él mismo será quien me haga las preguntas para desvelar el misterio y le contaré un cuento. Creo que es muy importante respetar sus ritmos, cada niño tiene el suyo.

Hoy tengo el honor de compartir con vosotros un cuento de mi amiga Paqui. Que como ella bien dice, conserva la magia intacta y me alegro que así sea para que podamos disfrutar todos de este maravilloso cuento.
                                         
El Secreto de la Navidad

“Las hadas andaban apuradas, pues acababa de llegar una nota de Oriente indicando que se requería su presencia, para tratar una cuestión muy importante que no se podía atrasar más, pero en la nota no decía nada de qué era eso tan importante que no podía esperar. Era una petición extraña, pero de cualquier modo se pusieron en marcha para avisar a todas las hadas miembros del Consejo de Hadas. Cuando estuvieron todas reunidas, partieron en varios globos mágicos bañados en polvo mágico de estrellas, de ese modo se hacían invisibles para no asustar a los habitantes de las ciudades. Silfo, el espíritu del viento, que  también tenía que asistir a la reunión, decidió ir con las hadas e iba soplando sus globos mágicos para que éstos no se pararan.


Cuando llegaron, vieron que ya estaban allí los elfos, habían llegado los gnomos y las ondinas. También estaban los cuatro elementos: Gea, la tierra, Marte en representación del fuego y Océano, representando al mar y el recién llegado Silfo, que  tan pronto se despidió de las hadas, fue a unirse con sus compañeros. Además estaban los ángeles y los arcángeles en representación del cielo y otros muchos personajes en nombre del mundo de la magia y la fantasía.



Los Reyes Magos de Oriente saludaron a todos con alegría y alborozo y les agradecieron que hubieran acudido con tanta presteza. Una vez que se hallaron todos reunidos, y tras lo efusivos saludos, pues había algunos de ellos  que no se habían visto en mucho tiempo, tomaron rápidamente asiento y cesaron las conversaciones por interesantes que éstas fueran, par un poco más tarde.
Melchor, de largos cabellos blancos y espesa barba del mismo color, siendo el más anciano de los tres Reyes Magos tomó la palabra diciendo:
- Gracias amigos por haberos reunido con nosotros de modo tan precipitado. Tenemos un grave problema que tenemos que tratar con vosotros.

Como es de todos conocido, cuando nació el Niño Jesús en el pesebre de Belén, guiados por una estrella que, anunciando el nacimiento del Salvador del mundo, iluminó el firmamento para dar a conocer la buena nueva; nos encontramos los tres en el camino hacia Belén. Como sabios y magos de nuestro tiempo, conocedores de la astronomía y la astrología, supimos antes de que ocurriera que iba a nacer el Mesías.

En aquel tiempo, subidos en nuestros camellos y con nuestros pajes amigos cruzamos continente y  desiertos hasta llegar a Belén, de distintos y lejanos continentes, para conocer a este niñito llamado Jesús.

Yo –continuó diciendo el Rey Melchor –, procediendo del Continente Europeo, fui portador de un preciado regalo para el Niño-Rey, le doné el oro, el más precioso de los metales para otorgarle a Jesús su naturaleza real.
          
Gaspar, con su barba y sus cabellos castaños, se levantó de su trono para continuar con el discurso:

- Yo, que soy el más joven de todos, vine de Asia y también portaba un presente para el Niño-Dios, yo le traje el incienso, tan preciado y aromático para que recordara siempre su naturaleza divina.

En tanto Gaspar concluía su perorata se levantó Baltasar, que era de raza negra y continuó diciendo:

- Como todos sabéis, yo llegué del Continente Africano, y me tocó portar la mirra para el Niño-Hombre. La mirra es sustancia de gran valor para la elaboración de perfumes. La mirra simbolizaba al hombre en el que Jesús habría de convertirse, para demostrar al mundo entero que era capaz de soportar el dolor y el sufrimiento y superarlo gracias a su fe.
Baltasar volvió a tomar asiento y se levantó de nuevo Melchor.

- Queridos amigos del mundo feérico, de la magia y  de la fantasía, amigos del cielo y de la tierra, representantes de los elementos y a todos los demás. Nuestros presentes fueron simplemente un símbolo, pero viendo la alegría que causaban en los angelicales rostros de los niños, decidimos entre los tres, que a partir de ese momento todo niño y niña sobre la tierra recibiera un presente para recordar el día del nacimiento de nuestro Salvador.
Pero ahora nos surge un pequeño problema, es que ya estamos muy mayores para seguir haciendo este trabajo y necesitamos vuestra ayuda para que este tiempo de reunión, de unión, de perdón y de reencuentro siga siendo mágico y los niños sigan conservando la alegría y la sonrisa. Pues no hay nada más bello que el rostro de un niño iluminado por una espléndida sonrisa. Sus rostros son tan angelicales cuando sonríen porque sus sonrisas no salen de la boca, sino del corazón. Y sus corazones son tan puros que transforman todo lo que tienen a su alrededor y se vuelven pura dicha extendiéndose en un amor sin límite, sin barreras, sin distinción de razas o colores.

¿Cómo haremos para poder seguir repartiendo magia?


El hada de la Alegría parpadeó y agitó enseguida sus alas pidiendo la palabra.

- Dinos querida hada de la Alegría, ¿tienes alguna idea? – Inquirió Baltasar.
- Si, queridas Majestades, quienes tomen el relevo para obsequiar a los niños con regalos, deberían de ser  aquellos seres que que mejor conozcan a los niños, como hacéis vosotros, que sabéis todo lo que hace cada uno en cualquier momento – dijo el hada de la Alegría.
- Esa es una buen observación – dijo Gaspar acariciando inconscientemente su rizada barba.


Entonces se escuchó un leve carraspeo, y el Arcángel San Gabriel pidió la palabra diciendo:

- Yo creo que tendrían que ser aquellas personas que más quieran a los niños, mucho más que a nadie, pues los niños son ángeles que al bajar a la Tierra dejan sus alas en el cielo durante un tiempo para volver a recogerlas cuando vuelven de nuevo al cielo.
Todos alzaron sus cabezas y se mostraron satisfechos con esta observación.


Entonces, el espíritu de la Naturaleza se levantó y mirando fijamente a los Monarcas, dijo:
- Tienen que ser los seres que estén más cercanos a ellos, que les dediquen más tiempo. Aquellos para quien los niños lo sean todo, aquellos que lo darían todo por ellos, por verles sonreír, alegres y contentos. Los que limpian sus lágrimas y curan sus pupas cuando se lastiman con un beso mágico, los que curan sus malestares cuando se ponen malitos y les bajan la fiebre y les quitan los tiritones  con mimos y caricias. Los hacen desaparecer las pesadillas con un abrazo bañado en polvo mágico de hadas, esos seres que les cuentan historias por la noche antes de dormir, les bendicen con amor y oraciones de protección y les desean que sueñen con los angelitos  y cosas bonitas estrechándolos entre sus brazos y besando sus sonrosadas mejillas o sus cabecitas. Los que les procuran alimento y ropa limpia todos los días. Que los sostienen cuando están casados, que juegan con ellos, los llevan de paseo o al parque para que se diviertan y hacen que sus días sean felices…


En un momento, se produjo un gran silencio y se levantó la magnánima y maternal Gaia, la Madre Tierra. Miró a cada uno de los asistentes a los ojos, con su mirada penetrante y llena de bondad y sabiduría y, esbozando una amplia sonrisa en su rostro, se dirigió hacia los Magos de Oriente y les dijo.
- Todas esas cosas, sólo son capaces de hacerlas dos personas, una madre y un padre. Pues todo eso es lo que yo hago por mis hijos y mucho más, todas esas cosas son las que hacen los padres por sus niños.
Los Reyes se mostraron tremendamente felices al ver que su dilema estaba resuelto, y decidieron nombrar “Pajes Reales” a los padres de los niños para que les hicieran llegar los regalos cada Navidad y conservaran el entusiasmo y la alegría en lo más profundo de sus corazones.
Pero antes de firmar este brillante acuerdo en un pergamino real, se establecieron otras normas que os cuento a continuación.

1º Son los padres y sólo los padres los que, llegado el momento adecuado, podrán desvelar este Secreto a sus hijos, pues esta es una tradición que pasa única y exclusivamente de padres a hijos.

2º Como hemos dicho, esta historia es un Secreto que pasa de padres a hijos, por tanto sólo los padres podrán decidir cuándo contar a los hermanos más pequeños, si los hubiere, esta historia, aunque sea en la compañía de los hermanos mayores, éstos no podrán revelar el secreto a sus hermanos más pequeños hasta que los papás lo decidan. Si lo hacen, sus juegos de ese año no llegarán porque los Reyes Magos los confiscarán y se encargarán de llevarlos a otros niños menos afortunados. O simplemente los padres no les darán nada por haber roto el pacto.

3º Ningún niño que conozca el secreto puede decirlo a otros niños. Recordar que son los papás los únicos que deciden cómo y cuándo decirlo a sus pequeños. Si desveláis el Secreto a los amigos, también os quedaréis sin regalos ese año.

Cuando terminaron de exponer ideas y hablar, se pusieron a redactar un pequeño escrito donde constara toda esta historia para que pudiera pasar de generación en generación y no se perdiera jamás, pues si eso sucedía, se perdería el “Secreto de la Navidad” y llegaría la confusión y el caos.

Después, cada ser mágico, voló, caminó y viajó por el mundo entero para divulgar este “Secreto” a todos los padres del mundo cuchicheándolo en sus oídos, a través de los sueños, o susurrándoles durante la noche, para que pudieran preparar la siguiente Navidad, pues ya no quedaba mucho para que ésta llegara.

Los padres se pusieron muy contentos al poder premiar así a sus hijos y de convertirse en "Pajes Reales" para poder hacer este trabajo encomendado por los mismísimos Reyes Magos de Oriente, los Reyes protectores de la magia y la fantasía que siempre debe residir en el corazón de cada ser humano, como una pequeña llama de luz blanca que brilla y brilla sin parar y donde debemos ir a refugiarnos cuando sintamos que estamos perdiendo la alegría que aporta esa magia tan especial. Vive con magia, nunca abandones la magia en tu vida, pues tú eres magia”.  

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