domingo, 25 de marzo de 2012

"Bésame mucho" Fragmentos del libro de Carlos González



"Bésame Mucho"

Fragmentos del libro de Carlos González


Si por mí fuera publicaría su libro entero en mi blog, ya que considero fundamental para cualquier padre o madre leerlo. Es sin duda un libro escrito en defensa de los niños, en defensa de sus derechos. No está lleno de consejos, sino todo lo contrario, trata de hacerle ver a los padres que la mejor forma de criar a los hijos no es con métodos conductistas, sino con amor.

Y en un párrafo del libro él lo explica claramente:

“En este libro defendemos que también en el trato con los niños existen principios. Que con ciertos métodos nuestros hijos tal vez comerían «mejor», o dormirían más, o nos obedecerían sin rechistar, o se estarían más callados…, pero no podemos usarlos. Y no necesariamente porque tales métodos sean inútiles o contraproducentes, ni porque produzcan «traumas psicológicos». Algunos métodos que criticaremos en este libro son eficaces, y puede que algunos incluso sean inocuos Pero hay cosas que, sencillamente, no se hacen.”

El Último Tabú

Nuestra sociedad parece muy tolerante porque muchas cosas que hace cien años estaban prohibidas se consideran ahora completamente normales. Pero si nos fijamos mejor, también hay cosas que hace cien años eran normales y que ahora están prohibidas. Tan completamente prohibidas que hasta nos parece normal que sea así, tan normal como a nuestros bisabuelos les debía parecer su sistema de tabúes y prohibiciones.
Muchos de los antiguos tabúes se referían al sexo; muchos de los actuales se refieren a la relación madre-hijo, para desgracia de los niños y de sus madres. Por ejemplo, la palabra «vicio» se usa ahora en una forma totalmente diferente a como la usaban nuestros abuelos. Casi todo lo que entonces era «vicio» ha dejado ahora de serlo. Beber, fumar o jugar son ahora enfermedades (alcoholismo, tabaquismo, ludopatía), con lo que el pecador se ha convertido en víctima inocente. La masturbación el «vicio solitario» que tanto preocupaba a médicos y educadores se considera normal. La homosexualidad es simplemente un estilo de vida. Hablar de vicio en cualquiera de esos casos se consideraría hoy un grave insulto. Hoy en día, sólo se llama vicio a algunas inocentes actividades de los niños pequeños: «Tiene el vicio de morderse las uñas. » «Llora de vicio. » «Si lo coges en brazos, se va a enviciar. » «Lo que pasa es que está enviciado con el pecho, y por eso no se come la papilla. »
Si todavía tiene dudas sobre cuáles son los verdaderos tabúes de nuestra sociedad, imagine que va a su médico de cabecera y le explica una de las siguientes historias:

1) «Tengo un niño de tres años y vengo a ver si me hace la prueba del sida, porque este verano he tenido relaciones sexuales con varios desconocidos. »

2)«Tengo un niño de tres años y fumo un paquete al día. »

3)«Tengo un niño de tres años; le doy el pecho y duerme en nuestra cama. »

¿En cuál de los tres casos cree que su médico le echaría la bronca? 
En el primer caso, le dirá «ah, bueno» y le pedirá la prueba del sida sin pestañear; todo lo más le recordará educadamente la conveniencia de usar el preservativo, lo mismo que en el segundo caso le explicará que el tabaco no es bueno para la salud (y si el médico también fuma, no le dirá nada de nada). Nadie la increpará: «¡Pero qué descaro, cómo se atreve, una mujer casada, una madre de familia!»

¿Y en el tercer caso? 
Conozco una historia real. Cuando la psicóloga de la guardería se enteró de que Maribel estaba dando el pecho a su hijo de dieciséis meses, la citó para explicarle que si no lo destetaba inmediatamente su hijo sería homosexual (uno no sabe si asombrarse más de los prejuicios contra la lactancia o de los prejuicios contra la homosexualidad).

Como Maribel persistió en su «peligrosa»actitud, la psicóloga llamó a su casa para hablar directamente con su marido y advertirle del daño que su esposa estaba haciendo al hijo de ambos.
 
Nuestra sociedad, tan comprensiva en otros aspectos, lo es muy poco con los niños y con las madres. Estos modernos tabúes podrían clasificarse en tres grandes grupos:

— Relacionados con el llanto: está prohibido hacer caso de los niños que lloran, tomarlos en brazos, darles lo que piden.


— Relacionados con el sueño: está prohibido dormir a los niños en brazos o dándoles pecho, cantarles o mecerles para que duerman, dormir con ellos.

— Relacionados con la lactancia materna: está prohibido dar el pecho en cualquier momento o en cualquier lugar; o a un niño «demasiado» grande.

Casi todos ellos tienen una cosa en común: prohíben el contacto físico entre madre e hijo. Por el contrario, gozan de gran predicamento todas aquellas actividades que tiendan a disminuir dicho contacto físico y a aumentar la distancia entre madre e hijo:

— Dejarlo solo en su propia habitación.

— Llevarlo en un cochecito o en uno de esos incomodísimos capazos de plástico.

—Llevarlo a la guardería lo antes posible, o dejarlo con la abuela o mejor con la canguro (¡las abuelas los «malcrían»!).

—Enviarlo de colonias y campamentos lo antes posible durante el mayor tiempo posible.

—Tener «espacios de intimidad» para los padres, salir sin niños, hacer «vida de pareja».

Aunque algunos intentan justificar estas recomendaciones  diciendo que es «para que la madre descanse», lo cierto es que nunca te prohíben nada cansado. Nadie te dice: «No friegues tanto, que se malacostumbra a tener la casa limpia», o «Irá a la mili y tendrás que ir tú detrás para lavarle la ropa». En realidad, lo prohibido suele ser la parte más agradable de la maternidad: dormirle en tus brazos, cantarle, disfrutar con él.

Tal vez por eso, criar a los hijos se hace tan cuesta arriba para algunas madres. Hay menos trabajo que antes (agua corriente, lavadora automática, pañales desechables…), pero también hay menos compensaciones. En una situación normal, cuando la madre disfruta de la libertad de cuidar a su hijo como cree conveniente, el bebé llora poco, y cuando lo hace su madre siente pena y compasión («Pobrecito, qué le pasará»). Pero cuando te han prohibido cogerlo en brazos, dormir con él, darle el pecho o consolarlo, el niño llora más, y la madre vive ese llanto con impotencia, y a la larga con rabia y hostilidad («¡Y ahora qué tripa se le ha roto!»).

Todos estos tabúes y prejuicios hacen llorar a los niños, pero tampoco hacen felices a los padres.

¿A quién satisfacen, entonces?

¿Tal vez a algunos pediatras, psicólogos, educadores y vecinos que los propugnan? 

Ellos no tienen derecho a darle órdenes, a decirle cómo ha de vivir su vida y tratar a su hijo.

Demasiadas familias han sacrificado su propia felicidad y la de sus hijos en el altar de unos prejuicios sin fundamento.

Fragmentos del libro de Carlos González. “Bésame Mucho”





miércoles, 21 de marzo de 2012

Una cesárea sin motivo puede perjudicar la salud respiratoria del bebé





Una cesárea sin motivo puede perjudicar la salud respiratoria del bebé

En algunas ocasiones hemos hablado de las cesáreas y del aumento de su práctica, son muchos los especialistas que indican que no son recomendables y mucho menos cuando no son necesarias. Ahora conocemos una investigación publicada en la revista electrónica British Medical Journal en la que nos muestran que una cesárea practicada sin motivo puede perjudicar la salud respiratoria del bebé.

Según los especialistas, los riesgos de sufrir problemas respiratorios en el bebé se llegan a cuadruplicar comparando los partos vaginales con los partos realizados mediante cesárea. Realmente se desconocen exactamente cuáles son los motivos, pero los investigadores barajan algunas teorías y creen que posiblemente la carencia de actividad hormonal y todos aquellos cambios que se suceden durante el momento del parto son las causas responsables.

En un parto normal, el organismo del futuro bebé reacciona ante la rotura de la membrana aumentando el nivel de catecolaminas (diversas sustancias como la noradrenalina, la adrenalina o la dopamina), estas sustancias son responsables de estimular la función respiratoria del bebé, algo que en un parto por cesárea puede no producirse.
Para el nuevo estudio se tomaron los datos de unos 34.000 bebés que nacieron entre la semana 37 y la semana 41, se procedió al estudio de la salud respiratoria de cada uno, señalando qué bebés nacieron por parto vaginal o por cesárea. También se identificaron otros factores de riesgo que pueden provocar que la salud respiratoria del bebé sea alterada, como por ejemplo que la mamá fumara, bebiera alcohol, etc. Los resultados no dejan lugar a dudas, diversos problemas como la hipertensión pulmonar o el distrés (alteración aguda y severa de la estructura y función pulmonar secundaria) entre otros, aumentaban cuanto antes se hacía la cesárea.
Son varios los estudios que muestran diversos riesgos para los fetos en los partos realizados mediante cesárea, toda la información debería servir para que las madres que desean tener a su hijo por cesárea se replantearan si merece la pena. Los especialistas indican que la cesárea debe realizarse solamente cuando existan razones médicas que impidan un parto natural y nunca por otros motivos.
El personal sanitario ya está tomando nota, parece ser que por su parte se están reduciendo las cesáreas. Adelantar el parto por decisión propia no resulta beneficioso, se pone en serio riesgo la salud del bebé, algo que no creemos que deseen las madres para sus hijos.




Extraído de Bebés y más.

martes, 13 de marzo de 2012

La educación de los niños


La educación de los niños
En una ocasión, Fabricio Caivano, el fundador de Cuadernos de Pedagogía, le preguntó a Gabriel García Márquez acerca de la educación de los niños. "Lo único importante, le contestó el autor de Cien años de soledad, es encontrar el juguete que llevan dentro". Cada niño llevaría uno distinto y todo consistiría en descubrir cuál era y ponerse a jugar con él. García Márquez había sido un estudiante bastante desastroso hasta que un maestro se dio cuenta de su amor por la lectura y, a partir de entonces, todo fue miel sobre hojuelas, pues ese juguete eran las palabras. Es una idea que vincula la educación con el juego. Según ella, educar consistiría en encontrar el tipo de juego que debemos jugar con cada niño, ese juego en que está implicado su propio ser.


Pero hablar de juego es hablar de disfrute, y una idea así reivindica la felicidad y el amor como base de la educación. Un niño feliz no sólo es más alegre y tranquilo, sino que es más susceptible de ser educado, porque la felicidad le hace creer que el mundo no es un lugar sombrío, hecho sólo para su mal, sino un lugar en el que merece la pena estar, por extraño que pueda parecer muchas veces. Y no creo que haya una manera mejor de educar a un niño que hacer que se sienta querido. Y el amor es básicamente tratar de ponerse en su lugar. Querer saber lo que los niños son. No es una tarea sencilla, al menos para muchos adultos. Por eso prefiero a los padres consentidores que a los que se empeñan en decirles en todo momento a sus hijos lo que deben hacer, o a los que no se preocupan para nada de ellos. Consentir significa mimar, ser indulgente, pero también, otorgar, obligarse. Querer para el que amamos el bien. Tiene sus peligros, pero creo que éstos son menos letales que los peligros del rigor o de la indiferencia.





Y hay adultos que tienen el maravilloso don de saber ponerse en el lugar de los niños. Ese don es un regalo del amor. Basta con amar a alguien para desear conocerle y querer acercase a su mundo. Y la habilidad en tratar a los niños sólo puede provenir de haber visitado el lugar en que éstos suelen vivir. Ese lugar no se parece al nuestro, y por eso tantos adultos se equivocan al pedir a los pequeños cosas que no están en condiciones de hacer. ¿Pediríamos a un pájaro que dejara de volar, a un monito que no se subiera a los árboles, a una abeja que no se fuera en busca de las flores? No, no se lo pediríamos, porque no está en su naturaleza el obedecernos. Y los niños están locos, como lo están todos los que viven al comienzo de algo. Una vida tocada por la locura es una vida abierta a nuevos principios, y por eso debe ser vigilada y querida. Y hay adultos que no sólo entienden esa locura de los niños, sino quese deleitan con ella. San Agustín distinguía entre usar y disfrutar. Usábamos de las cosas del mundo, disfrutábamos de nuestro diálogo con la divinidad. Educar es distinto a adiestrar. Educar es dar vida, comprender que el dios del santo se esconde en la realidad, sobre todo en los niños.

En El guardián entre el centeno, el muchacho protagonista se imagina un campo donde juegan los niños y dice que es eso lo que le gustaría ser, alguien que escondido entre el centeno los vigila en sus juegos. El campo está al lado de un abismo, y su tarea es evitar que los niños puedan acercarse más de la cuenta y caerse. "En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos". El protagonista de la novela de Salinger no les dice que se alejen de allí, no se opone a que jueguen en el centeno. Entiende que ésa es su naturaleza, y sólo se ocupa de vigilarlos, y acudir cuando se exponen más de lo tolerable al peligro. Vigilar no se opone a consentir, sólo consiste en corregir un poco nuestra locura.

Creo que los padres que de verdad aman a sus hijos, que están contentos con que hayan nacido, y que disfrutan con su compañía, lo tienen casi todo hecho. Sólo tienen que ser un poco precavidos, y combatir los excesos de su amor. No es difícil, pues los efectos de esos excesos son mucho menos graves que los de la indiferencia o el desprecio. El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a los problemas de la vida que el que no lo ha sido nunca.

En su reciente libro de me-morias, Esther Tusquets nos cuenta que el problema de su vida fue no sentirse suficientemente amada por su madre. Ella piensa que el niño que se siente querido de pequeño puede con todo. "Yo no me sentí querida y me he pasado toda la vida mendigando amor. Una pesadez". Pero la mejor defensa de esta educación del amor que he leído en estos últimos tiempos se encuentra en el libro del colombiano Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos. Es un libro sobre el misterio de la bondad, en el que puede leerse una frase que debería aparecer en la puerta de todas las escuelas: "El mejor método de educación es la felicidad". "Mi papá siempre pensó -escribe Faciolince-, y yo le creo y lo imito, que mimar a los hijos es el mejor sistema educativo". Y unas líneas más abajo añade: "Ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido mucho menos feliz".

Los hermanos Grimm son especialistas en buenos comienzos, y el de Caperucita Roja es uno de los más hermosos de todos. "Érase una vez una pequeña y dulce muchachita que en cuanto se la veía se la amaba. Pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía qué darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja". Una niña a los que todos miman, y a la que su abuela, que la ama sin medida, regala una caperuza de terciopelo rojo. Una caperuza que le sentaba tan bien que no quería llevar otra cosa. Siempre que veo en revistas o reportajes los rostros de tantos niños abandonados o maltratados, me acuerdo de este cuento y me digo que todos los niños del mundo deberían llevar una caperuza así, aunque luego algún agua-fiestas pudiera acusar a sus padres de mimarles en exceso. Esa caperuza es la prueba de su felicidad, de que son queridos con locura por alguien, y lo verdaderamente peligroso es que vayan por el mundo sin ella. "Si quieres que tu hijo sea bueno -escribió Héctor Abad Gómez, el padre tan amado de Faciolince-, hazlo feliz, si quieres que sea mejor, hazlo más feliz. Los hacemos felices para que sean buenos y para que luego su bondad aumente su felicidad".

Gustavo Martín Garzo es escritor.
Publicado en el pais.com

El niño amado siempre tendrá más recursos para enfrentarse a la vida


lunes, 12 de marzo de 2012

Películas de dibujos con mensajes importantes



No es la canción de esta película, si no la del jorobado de Notre Dame.






Tarzan

En Mi Corazon Vivirás - Phill Collins





Hijo de Hombre (Tarzan)





Amor de Madre, tierno, tierno









Dos Mundos, Tarzan






Baloo El libro de la selva








El libro de la selva 

yo quiero ser hombre como tu







Espero que os gusten.
Isabel

miércoles, 7 de marzo de 2012

El riesgo de poner a los hijos el nombre de los padres.





El riesgo de poner a los hijos el nombre de los padres.

Las familias son como árboles, algunas crecen hasta florecer y otras se mueren.

  • "Hay un narcisismo cuando se pone el nombre del padre al hijo"
  • Personas con nombres de fallecidos se convierten en "hojas viejas"
  • En las familias se suelen repetir enfermedades y circunstancias emocionales
  • Hay que actuar sobre las raíces de los árboles genealógicos para sanarlos
Leonor Cabrera

¿Te llamas como alguno de tus progenitores o como algún familiar? Ten cuidado. Es posible que estés viviendo un destino que no te pertenece, marcado al ponerte ese nombre.
Así lo asegura el psicoterapeuta, coach y constelador Jorge Llano, quien explica que al llamar a un niño como a un familiar "se le invita a que ocupe el lugar del otro, porque un nombre tiene una historia y es muy posible que ese niño acabe identificándose con el destino de ese nombre".
De hecho, hay niños que se llaman como uno de los abuelos y que, cuando hablan, parece que "el que está hablando es el viejo usando el cuerpo del niño", destaca Llano. Eso es lo que en psicogenealogía se denomina el 'efecto ventrílocuo' y que se produce cuando una persona habla como si fuera su antepasado.
"Hay un narcisismo cuando se pone el nombre del padre al hijo, porque ahí el padre quiere clonarse, marcarle un destino a su hijo y empujarlo a que viva cosas que él no ha podido vivir", advierte.
Si el nombre pertenecía a un familiar fallecido, es posible que "te conviertas en un sarcófago porque llevas un muerto dentro que también se expresa y que hace que el vivo se sienta un poco muerto".

Tu nombre escrito en una lápida
Llano pone como ejemplo el caso de María del Carmen, con el mismo nombre de su hermana muerta, quien de niña iba al cementerio y se impresionaba al ver una tumba con su nombre y apellido. Hoy, a los 34 años, no le encuentra sentido a la vida, padece depresión y lleva dos intentos de suicidio. El problema es que tiene a su hermana fallecida 'encriptada' y siente que esa hermana a la que no conoció se expresa a través de ella.
Para personas a la que les sucede lo mismo que a María del Carmen la idea de fallecer incluso se plantea como un descanso. "El amor los lleva a la vida y el muerto, a la muerte, los encripta, de modo que no ocupan un lugar en el sistema, son hojas viejas que no pueden representar lo nuevo", explica este psicoterapeuta, quien detalla que una cura para caso como el de María del Carmen es hacer "un ritual de nacimiento para despedirse de ese muerto".
La recomendación de Llano es contundente: "Nunca se deben repetir los nombres en la familia". ¿Qué hacer cuando el daño ya está hecho? La solución es que la persona que se llama como algún ascendiente tome conciencia de que tiene "una capacidad para torcer el destino, para volver al alma de la familia y recuperar el sentido profundo de la existencia de la misma", asegura Llano.
El consejo de este psicoterapeuta, quien dirige en Colombia la escuela Transformación Humana y que impartió la semana pasada un taller sobre el amor organizado en Barcelona por el Institut Integratiu, es buscar para los hijos nombres que no formen parte del árbol genealógico y que sean afines al legado familiar.
Como legado Llano entiende aquel don que se le da a determinada progenie para que lo haga florecer generación tras generación. Hay, por ejemplo, familias en los que algún miembro ejerció de curandero, después otro fue enfermero y ahora hay alguno que es médico. El legado de esa familia sería dedicarse a la sanación, pero hay "muchas veces que no se transmite ese legado lo que provoca que el árbol genealógico enferme".

El inconsciente familiar

Llano está convencido de que si el psicoanálisis fue la revolución del siglo XX gracias al descubrimiento del inconsciente por parte de Freud, la revolución del siglo XXI será la psicogenealogía al explorar el inconsciente familiar. "Trasladamos el inconsciente de nuestro árbol genealógico por generaciones y esto nos hace proyectar sobre los hijos lo que antes proyectaron en nosotros nuestros padres y a la vez sobre ellos nuestros abuelos, de modo que los arquetipos se adueñan de las personas y hacen de ellas meros juguetes del árbol familiar".
De ahí, que al igual que sucede en 'Cien años de soledad', la obra cumbre de Gabriel García Márquez por la que desfilan Aurelianos, Josés y Arcadios condenados a sentirse solos, en el árbol familiar se repitan los nombres, las profesiones, las ideas, las circunstancias emocionales y sexuales, e incluso enfermedades, muertes y accidentes.
"Nuestra familia estaba cuando llegamos y seguirá cuando nos vayamos", explica Llano, para quien cada uno de nosotros tiene a sus espaldas una línea generacional que lo conecta con el primero de los hombres y la primera de las mujeres. "Somos hoy la generación de los vivos pero mañana seremos en la familia la generación de los muertos y serán los hijos, los sobrinos, los nietos los que nos sentirán en sus espaldas y percibirán la incapacidad, la patología, la inconsciencia y la fuerza, el sentido y el orden que hemos ofrecido a nuestra familia".

Ir a las raíces
La manera de romper este círculo es ir a las raíces de ese árbol genealógico para conocer cómo es el follaje, de modo que se puedan disolver las cargas familiares con el fin de usar los recursos propios para recuperar el destino. "Desde el mismo momento en el que alguien toma conciencia de la enfermedad de su sistema familiar, inicia un proceso de curación de su genealogía y la liberación de sus dinámicas ocultas, rompiendo y desvelando tabúes y secretos familiares que enfermaban el árbol genealógico", detalla Llano.
"¿De qué murió la hermana de María del Carmen? Investíguelo todo. Pregunte hasta lo más insignificante, desvele los secretos, abra los cajones. Interrogue a la abuela, visite al tío loco. Todo lo que se calla en una generación lo grita la siguiente", asegura Llano, para quien ésta es la manera de oxigenar un árbol genealógico, garantizar su supervivencia, contribuir a su fortalecimiento, a que eche ramas y a que algún día dé flores que acabarán transformándose en frutos.




Psicogenealogía
La psicogenealogía es el estudio del inconsciente familiar a través del árbol genealógico, en el que se originan mucho de los problemas de cada uno de nosotros y donde conviven tanto nuestras posibilidades de realización como los guiones de nuestro fracaso. Así lo asegura el fundador de este movimiento en los años 80, Alejandro Jodorowsky, quien ve en la psicogenealogía la posibilidad de liberarse de los antiguos anclajes tóxicos que actúan sobre las personas y sobre familias enteras de forma inconsciente.

Extraido de: El Mundo.es



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